La politización de los jóvenes: el camino hacia Ítaca

Comité Editorial de Koinonia Politike

Una vez más, Estados Unidos fue el escenario de otra masacre perpetrada contra los estudiantes. Nikolas Cruz, un joven de 19 años, entró a la preparatoria de la que había sido expulsado con una AR-15 ––un arma de uso militar–– y disparó contra los estudiantes y maestros de la escuela. Los 17 abatidos, los heridos y los testigos se suman a una larga lista de víctimas de tiroteos escolares en aquel país. Tan sólo desde 1974 año a partir del cual se tiene registro han sido asesinadas más de 257 personas y más de 600 han sido víctimas de tiroteos en sus escuelas.i

La respuesta de las autoridades estadounidenses fue la esperada; los republicanos evadían la problemática planteando, como en otras ocasiones, que no era momento de hablar y discutir el tema de las armas y que esto no debía ser “politizado”. Como alternativa sugerían, a modo de retórica patológica, rezar y pensar en las víctimas.ii En otras ocasiones, el discurso servía para posponer la discusión hasta la siguiente masacre, en la que nuevamente culparían al agresor de toda la responsabilidad con más saña aun, si el agresor no fuese blanco y pregonarían la falta de prudencia de aquellos que quieren iniciar el debate sobre la regulación de las armas de fuego.

No obstante, en esta ocasión, los estudiantes respondieron de manera sorpresiva, sensata y enérgica. Nunca antes se había visto una efervescencia social tal que pusiera en jaque a la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés)iii, a los diputados y a los senadores después de un atentado como el que ocurrió el pasado 14 de febrero en Florida. Los estudiantes no sólo se pronunciaron abierta y públicamente sobre la laxa regulación para comprar un arma de fuego sino que señalaron a todos aquellos que han recibido “donativos” de la NRA como “personas con sangre en sus manos”.iv

Los estudiantes de preparatoria rechazaron que este sea un momento para únicamente estar de luto. Afligidos e indignados por la tragedia de la que fueron víctimas y testigos, se rebelaron en contra del discurso patético de las autoridades; convocaron a una manifestación nacional el 24 de marzo, se enfrentaron públicamente, en cadena nacional, contra congresistas federales y representantes de la NRA. Los estudiantes estaban preparados, sus argumentos eran sólidos, su actitud implacable y su seguridad inamovible.

El nivel de la discusión, reducido sistemáticamente a un absurdo durante décadas, fue elevado otra vez por los jóvenes. Habían perdido el miedo y el asombro hacia los adultos, más aún, a aquellos con poder de decisión en el gobierno. Como destaca Spinoza en su Ética, al desaparecer la ignorancia se desvanece el asombro que es el único sustento de los que ostentan el poder, de su argumento y de su autoridad moral. El discurso convencional de las autoridades no sólo carece ya de vigencia, sino de la capacidad de asombrar, persuadir y apelar, emocionalmente, al público. Su demanda de no “politizar” so pretexto de proteger a los jóvenes y familiares afectados fue rechazada por los estudiantes. Aquellos no sólo comprendieron que “politizar” no significaba únicamente utilizar el argumento para obtener puntos electorales, como suele ser la única forma en la que los congresistas estadounidenses entienden la palabra, sino que entendieron que lo político trascendía esa frontera ficticia. Entendieron el verdadero fundamento del concepto de la polis, el sentido profundo y original de la palabra como concebida por los filósofos griegos: el pueblo.

Los preparatorianos, entonces, criticaron la desviación del poder del Estado norteamericano por favorecer intereses privados, como los de la NRA, por encima de la seguridad de sus jóvenes. Increparon a los congresistas en el town hallv sobre el dinero que reciben de la NRA para sus campañas electorales y exigieron de ellos no volver a aceptar una sola gota más de éstos. Sin embargo, algunos congresistas se opusieron a esto abiertamente y se evidenciaron al intentar defender al capital en lugar de a los estudiantes, con promesas vacías recicladas de un eco discursivo de todas las masacres pasadas. No conformes con la regurgitación de un discurso desgastado, los estudiantes cuestionaron por qué a las autoridades les había tomado tantas masacres decidir sentarse a siquiera discutir el punto, el porqué la primera masacre escolar no fue la última. Los jóvenes preparatorianos no sólo intuían las maneras de argumentar coherentemente en contra de dicho discurso, se habían preparado antes de la masacre, habían ensayado los puntos a debatir y los elementos esenciales de la retórica vulgar de los congresistas; sabían, como muchos estudiantes, que un tiroteo en la escuela era una posibilidad latente y real.

Los congresistas dejaron lucir sus colores. Los estudiantes los abucheaban sin miedo. Tanto la esperanza como el miedo provienen de la incertidumbre, según Spinoza. La diferencia fundamental es cómo asume uno la incertidumbre, con placer o dolor; los estudiantes no sólo asumieron de manera esperanzadora sino que asumieron por su otro, por todos los afectados y posibles futuros afectados de una política en pro del capital. No decidieron aquello para su beneficio individual, como sostienen los profetas fonámbulos del equilibrio general. Decidieron después de la masacre, no antes de aquella; los motivos de su organización no eran para “capitalizar” puntos políticos a favor o en contra de algún partido en Estados Unidos. No existió una maximización de su utilidad individual en el margen, al contrario, fue una decisión consciente por el colectivo, por la polis, por su comunidad y las comunidades que no conocen. Fue una elección por su otro.

Por lo que respecta a la ultra derecha, su reacción fue más allá de hacer una simple apología. No sólo abogaron a favor de las armas, sino que utilizaron una estrategia discursiva que consistió, y ha consistido invariablemente, en atacar la integridad de sus “oponentes”. Desvían la discusión principal y evaden el argumento de fondo con caracterizaciones, muchas veces falsas, del individuo o colectivo que, de acuerdo con ellos, pone en duda la credibilidad y la veracidad de los argumentos vertidos por sus opositores. En este caso, el discurso retoma un prejuicio cuya familiaridad es conocida: la supuesta incapacidad de los jóvenes como condición inherente. Este prejuicio, combinado con distintas maniobras retóricas fueron utilizadas para denigrar a los estudiantes de Florida. Por ejemplo, a David Hogg lo acusaron de ser un agente del FBI y de ser un actor pagado; la NRA y sus acólitos señalaron que los estudiantes, al ser tan jóvenes, no podían participar en la política pública, ni debían influir sobre esta, lo cual contrasta con el hecho de que, para la misma NRA, los jóvenes no sólo tienen edad suficiente, sino ahora sí, capacidad de sobra para comprar armamento de alto calibre.

Aunque en el discurso de la NRA se puede revelar fácilmente la contradicción de sus argumentos y a quién dirigen su quehacer “político” así como lo mucho que difiere su concepto de lo realmente políticoésta intenta silenciar la discusión principal advirtiendo que los jóvenes tendrían un efecto análogo al del canto de las sirenas en la Odisea; que su falta de experiencia y su incapacidad inherente a su juventud conduce, inevitablemente, a una catástrofe. Dicen que, de ser escuchados estos seres viscerales y maleables (es decir, los jóvenes), podría destruirse lo que los “adultos” han construido con tanto sudor y sangre. Los apologistas de la NRA creen erróneamente que son como el astuto Ulises, que se ató al mástil para evitar ser seducido por las sirenas, pero no ven que a diferencia de aquél, ellos se aferran a salvar un barco al borde del naufragio en dirección a la catástrofe y prefieren cubrirse sus oídos con cera, como los marinos de Ulises, para evitar escuchar las voces de la sensatez que, quizá, podría salvarlos a todos.

Dicho prejuicio sobre los jóvenes no se limita a esta discusión ni a esta generación. Ha sido utilizado como parte de una estrategia discursiva cada vez que hay una insurgencia o movimiento liderado por los jóvenes. Las consignas más populares en México revelan la incongruencia sobre este prejuicio: “están muy chavos”, “no tienen experiencia” y, a su vez, “son la esperanza”, “son el futuro”. Lo peligroso del discurso no está en el discurso por sí mismo, sino en el impacto que tiene sobre el sentido común y como justificación para cancelar la participación efectiva de los jóvenes. Incluso, supuestos paladines de la “política” mexicana señalan que la “generación joven es la gran ausente del escenario político mexicano”; que éstos no tienen “ánimos revolucionarios” sino de destrucción, de “tirar todo por la borda”vi. Dicha opinión sobre los jóvenes es una generalización falsa a partir de un prejuicio singular sin vigencia: el de su inmadurez. Resulta ahora que los ausentes son solamente los jóvenes y no una población sin conciencia política, no una población adulta que justifica la derrota con la trillada bandera que reza: “sean realistas”, “son idealistas” o “algún día se darán cuenta”.

Señalar que los jóvenes son sólo soñadores y no actores capaces es fetichizar la eficacia y pertinencia de los “adultos” en la política, es mistificar lo político como un proceso que se limita a las urnas y a su forma de Estado y que equipara la edad con la madurez política. Como si la indiferencia, el silencio, la corrupción, la violencia y el propio prejuicio sobre los jóvenes no fuesen también formas de praxis política. Pero cuando los jóvenes sí participan, se les acusa de que su ánimo es de destrucción y no de construcción y propuesta. Que lo suyo no es política, es idealismo. ¿No se debería señalar acaso con el mismo fervor la edad de los perpetradores de crímenes de lesa humanidad? Si así ocurriera, la balanza se inclinaría hacia el otro lado.

La participación de los jóvenes en el acontecer social y político no sólo es opacado en el discurso, es silenciado con violencia. Basta recordar las más de 30 mil desapariciones de jóvenes en Argentina o Chile durante sus dictaduras; el asesinato a sangre fría de cientos de jóvenes mexicanos en 1968 y en la guerra sucia de la década de los setenta; la desaparición y estigmatización de 43 estudiantes de la escuela normal rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero; o la ejecución extrajudicial en Veracruz de las hermanas Nefertiti y Grecia, de 16 y 14 años respectivamente, quienes en su camino al cine fueron acribilladas y recibieron el tiro de gracia a manos de la policía. A pesar de las múltiples intervenciones y movilizaciones lideradas por los jóvenes, estos son aplastados por su acción y criticados por su supuesta inacción. Habría que preguntarse, más bien, respecto a la integridad de las personas que invocan dicho prejuicio como argumento en una discusión; cuestionar su pertinencia y a señalar aquello que buscan silenciar y por qué.

Entonces ¿quién representa realmente el canto de las sirenas en el contexto político-histórico actual?

¿No será más bien que son los jóvenes, los astutos Ulises que pueden dirigir el barco hacia un destino viable, mantener el barco a flote y sortear el canto de las sirenas que pretende descalificarlos? Queda por ver si este barco, efectivamente llega a Ítaca.

i“Stanford Mass Shootings in America” cortesía de Stanford Geospatial Center and Stanford Libraries.

iiThoughts and prayers

iiiNational Rifle Association, conocida en español como la Asociación Nacional del Rifle