Realidades alternativas

Autor: Héctor Muñoz Ramírez

Una de las características más distintivas de las sociedades capitalistas y de los discursos apologéticos a favor de ese modo de producción es su incansable intento deliberado por separar a la economía de la vida política, social y cultural en las que se ve inmersa la vida cotidiana de toda la población. Pueden ser motivos de preocupación las afectaciones a la salud derivadas del deterioro ambiental provocado por las actividades industriales, la decadencia de una cultura altamente mercantilizada o la corrupción de los altos funcionarios públicos, pero no se puede culpar al mercado, se nos dice constantemente, pues éste es neutral ante el mal uso que (“algunas”) personas hacen de él: la institución, como tal, no tiene nada de malo.

Sin embargo, este discurso, difundido por los más amplios espacios populares y también académicos de las facultades de economía, no encuentra ningún sustento en la realidad y es por lo tanto una burda ilusión que busca reconfortar y exonerar. La forma en la que los seres humanos obtienen los bienes y servicios que necesitan para su reproducción juega un papel fundamental en la creación de las instituciones que rigen su vida social. Aspectos como la cultura y la política se hacen difíciles de explicar por sí mismos sin tomar en cuenta sus bases materiales, es decir, de producción.

En sociedades no capitalistas, este intento de fragmentación de la vida humana no tiene lugar; ni siquiera se concibe a la economía como un campo separado de toda otra actividad humana. En estas sociedades, las actividades de producción, distribución y consumo de bienes y servicios forman parte de un todo integrado que se propone garantizar la reproducción social sujeta a sus propias necesidades sociales, políticas y culturales, no a las del capital. El trabajo, por ejemplo, no se concibe solo como su remuneración en forma de salario, sino como la actividad creadora que garantiza el bienestar social atendiendo las necesidades por las cuales se pone en marcha. Esto, por supuesto, no los exime de problemas y dificultades.

Otros aspectos como el papel del territorio y la naturaleza, el género, las relaciones sociales como la amistad y la familia, el lenguaje, la religión, la técnica, entre otras, son capaces de crear una concepción completamente diferente de entender la vida de uno, que no se concibe sin su relación con la de todos los demás. Los apologistas del mercado, sin duda, tacharían lo anterior de primitivismo al darse cuenta de la referencia implícita hacia algunas de las comunidades indígenas de México y del mundo. Para ellos, la lógica de la mercantilización significa la modernidad, y ésta es buena por sí misma, pues nos ha llevado a niveles de satisfacción material insospechados para cualquier época histórica anterior. Ante esta réplica, sería pertinente introducir la discusión acerca de lo que significa vivir en una sociedad primitiva y si realmente vivir subsumidos a un modo de producción que al reproducirse a sí mismo atenta contra la reproducción sana y libre de los seres humanos es una muestra de racionalidad, eficiencia, y satisfacción de necesidades superior a otras en su sentido más amplio.

La existencia de sociedades no capitalistas y de formas diferentes de entender la creación y la concepción de la realidad deja expuesta la existencia de alternativas respecto a formas distintas de convivencia y reproducción social. Demuestra que, además de ser capaz de crear objetos que satisfacen sus necesidades, la humanidad cuenta con la capacidad de crear el propio modo en el que quiere producir, de hacer política, cultura y convivencia. La posibilidad, basada en ejemplos reales y actuales, desmiente de una vez por todas el discurso del capitalismo como resultado inevitable de la naturaleza humana y deja, así, abierta la posibilidad de cambio y esperanza.