El despojo y la violencia como condiciones para la acumulación de capital. (Parte 2)

Autor: Héctor Muñoz Ramírez

La violencia en el modo de producción capitalista

XOCHICUAUTLA

En un primer momento y a primera vista, el proceso de acumulación capitalista se presenta como la simple creación de riqueza. Por un lado, existe un poseedor de dinero que compra fuerza de trabajo para producir bienes que se venderán en el mercado para satisfacer necesidades, cualesquiera que estas sean. Este poseedor recibirá una ganancia y la fuerza de trabajo empleada recibirá una remuneración por su trabajo. Con frecuencia se dice que esta relación se basa en la elección libre e informada de ambas partes involucradas y que ésta se lleva a cabo armónicamente, con base en la búsqueda de la máxima satisfacción por parte de ambas. Como si de una relación puramente natural se tratase, no se busca conocer cómo y en base en qué se establece esa relación ni cómo se hace para que se reproduzca en el tiempo. Se presupone que por alguna razón  se ha llegado a aquella situación y que lo único que habría que hacer es analizar cómo se lleva a cabo, sin preguntarse nunca por los orígenes de la misma. O como dice Marx en sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 (1968): “La Economía Política parte del hecho de la propiedad privada, pero no lo explica” (pág. 73).

Con esa imagen en mente, a nadie se le ocurriría afirmar que siquiera en algún momento de ese proceso se puede encontrar un acto de naturaleza violenta. De ser el caso, mucho menos se afirmaría que el uso sistemático de la violencia sirve como impulsor de todo el proceso anteriormente mencionado. Aunque en esta ocasión no se buscará profundizar en la forma pura en la que se lleva a cabo la acumulación de capital, se dirá que esta, en escala ampliada, consiste en la transformación del plusvalor – es decir, la ganancia que obtiene el capitalista por el trabajo no pagado al trabajador durante la jornada de trabajo-, en capital nuevo que se acumula al anterior y que servirá para adquirir más medios de producción y más fuerza de trabajo. Al mismo tiempo que este capital servirá para continuar la producción de más plusvalor, también servirá para reproducir la relación capitalista misma (capitalista-aslariado). Sin embargo, este proceso no es estático ni puede desarrollarse siempre en las mismas condiciones y en la misma magnitud; no se realiza en lo abstracto, sino en la vida material. El capital, como relación social de producción, lleva en sí su necesidad de expandirse sobre el espacio que considere necesario para llevar a cabo el proceso de acumulación capitalista.

A partir de lo anterior, se llega a una situación aparentemente contradictoria: aunque el modo de producción capitalista es expansivo por naturaleza y parece haber ocupado la totalidad de la Tierra, este no se encuentra establecido en todos los rincones del mundo. Las relaciones capitalistas, en sus orígenes y en su devenir histórico, se desarrollan inicialmente sobre la base de relaciones sociales no-capitalistas. De lo anterior surge una paradoja: ¿por qué el capital mantiene formaciones sociales no-capitalistas aun cuando su dinámica las subordina a su propia forma social? ¿Por qué no las intenta destruir en un primer momento?

Primero se necesita saber qué requiere el capital para llevar a cabo su proceso de acumulación. En primer lugar, para llevar a cabo todo proceso de trabajo, en cualquier modo de producción y en cualquier época histórica, se necesitan dos elementos: uno de ellos es el sujeto que se relaciona con la naturaleza, transformándola mediante una actividad orientada a un fin. Por otra parte, están los medios que necesita para llevar a cabo tal transformación y los objetos que se transformarán, esto es, los medios de producción. Sin embargo, bajo las relaciones capitalistas, la fuerza de trabajo no es propietaria de los medios de producción; son propiedad del capitalista. Es en la búsqueda de estos dos elementos (medios de producción y fuerza de trabajo) que el capital considera a las organizaciones sociales no-capitalistas como proveedoras en potencia de los mismos. Así, el capital necesita de estas formas de sociedad para destruirlas después con el fin garantizar su expansión.

En algún punto de esta relación, la forma de organización y de propiedad de estas comunidades representa un obstáculo al capital, que busca su expansión. Sin embargo, el capital no puede esperar que estas formaciones no-capitalistas se descompongan poco a poco a través de su absorción por las relaciones de producción capitalistas, que ya son dominantes, de igual manera que no puede esperar que el crecimiento poblacional le proporcione la fuerza de trabajo que necesita. Es debido a esto que hace uso del método más efectivo para superar esos obstáculos: el uso de la violencia.

Por medio de la violencia fáctica, el capital destruye, es decir, transforma las relaciones que le impiden apropiarse de los medios de producción de las economías no-capitalistas[1] y a pesar de que este fenómeno se asocia principalmente a la llamada acumulación originaria ocurrida durante los siglos XV-XVI en el que los campesinos fueron despojados de sus tierras para convertirlas en propiedad privada en su forma capitalistas, este proceso no se ha detenido. A lo que Samir Amin llama “acumulación originaria continua” (Amin, 1975) o a lo que David Harvey ha llamado “acumulación por desposesión (Harvey, 2005)” es el proceso continuo por el cual el capital se apropia de medios de producción y fuerza de trabajo que antes le habían sido restringidos usando métodos violentos como medio para lograr esta apropiación.

Formas en las que se lleva a cabo la violencia por medio del despojo

El uso de la violencia como parte de la acumulación originaria de capital no se lleva a cabo de forma arbitraria. La violencia se realiza de forma sistemática, en diferentes formas y en diferentes ámbitos de la vida. En su intento por apropiarse de las “economías naturales”-como las llama Rosa Luxemburgo[2]-el capital se vale de diferentes elementos, ya sean abruptos y rápidos o lentos y progresivos, para introducirse de las formaciones no capitalistas. Estas formas de ejercer la violencia están sujetas a varios propósitos que se plantea el capital para realizar dicho proceso. En su obra La acumulación del capital (1978), Rosa Luxemburgo distingue cuatro propósitos, los cuales se desarrollan a continuación:

I. Apoderamiento de espacios geográficos y recursos naturales sin explotar

Como se ha mencionado antes, todo proceso de acumulación se lleva a cabo en un espacio físico/geográfico determinado. El capital necesita recursos naturales, pues son estos los que transformará la fuerza de trabajo comprada por él para producir los bienes que más tarde se venderán en el mercado. Sin embargo, los recursos naturales son finitos y llega un momento en el cual se agotan. Al encontrarse con economías naturales que cuentan con recursos que todavía no se han explotado o que se explotan bajo otro tipo de relaciones de producción, el capital debe hacer uso de métodos violentos para hacerse con ellos. Es aquí donde se presenta una de las principales formas de violencia: la apropiación violenta del espacio geográfico.

El arsenal de métodos para llevar a cabo esa apropiación es sumamente variado. Desde la justificación jurídica hasta el uso efectivo de la fuerza e incluso, en algunos casos, por medio de una invasión extranjera o una guerra, el despojo territorial ha sido la base sobre la que se ha impulsado el modo de producción capitalista durante la llamada “acumulación originaria” y desde entonces ha sido proveedor de nuevos impulsos a la acumulación de capital. Tanto si el territorio en cuestión es de gran importancia social o cultural para la comunidad o si se trata de la vivienda de la comunidad entera es irrelevante para capital: ese territorio debe ser absorbido al proceso de acumulación para servir a la “justa causa del progreso”. Cuando la apropiación se ha hecho efectiva, se utiliza el espacio como espacio de explotación de la fuerza de trabajo pero al mismo tiempo, del espacio mismo como recurso natural. En este proceso constante de explotación de recursos se contamina el espacio debido a los desechos o sustancias restantes del proceso de producción. Con frecuencia, este proceso de contaminación no solo permanece en ese espacio si no que se transmite a otras comunidades que sean cercanas, dañando así la salud de los habitantes.

Nos encontramos así con un doble carácter del despojo territorial: por un lado, la apropiación del territorio usando métodos violentos y por el otro, la degradación de la salud de las comunidades afectadas por la contaminación de la que es objeto el territorio despojado.

II. Integración de la fuerza de trabajo a las relaciones sociales de producción capitalistas

La fuerza de trabajo es el elemento más importante del proceso productivo, cualquiera que sea el modo de producción, pues sin su acción los medios de producción quedarían simplemente inmóviles[3]. Es el elemento que pone en marcha a los medios de producción para transformarlos en valores de uso y por lo tanto, en el sistema capitalista es la única mercancía capaz de crear valor. En las llamadas economías naturales, donde en ocasiones todavía se hallan relaciones de producción no capitalistas, la fuerza de trabajo no es una mercancía. La situación cambia cuando el capital, usando todos los medios disponibles, ha despojado a la población de un espacio geográfico y ésta, ya con su propiedad agredida y despojada, queda como propietaria únicamente de su fuerza de trabajo. Es aquí donde se presenta un fenómeno característico de las sociedades modernas: la emigración de la fuerza de trabajo del campo hacia las ciudades en busca de empleo asalariado.

La fuerza de trabajo despojada se ve obligada a buscar empleo en las grandes ciudades para integrarse al sistema de trabajo asalariado, propio del modo de producción capitalista. Debido a la poca capacitación de la fuerza de trabajo-antes empleada en trabajos agrícolas- esta debe emplearse en sectores donde no se requiere alto grado de especialización. Estos empleos se encuentran en gran medida en el sector servicios y específicamente, en el sector informal, aunque también se pueden encontrar en ciertas industrias manufactureras. Así, la fuerza de trabajo está sujeta a la inestabilidad, empleándose en cualquier trabajo que ofrezca una remuneración que pueda satisfacer sus necesidades mínimas de subsistencia. La fuerza de trabajo queda, así, “liberada”: no es propiedad de nadie más que del sujeto mismo pero al mismo tiempo, es “libre” de los medios con los que le sería posible producir sus propios medios de subsistencia.

Nos encontramos así con otro tipo de violencia: la ejercida sobre la fuerza de trabajo al someterla a la constante inestabilidad y a la precariedad.

III. Convertir el carácter de las economías naturales hacia la mercantilización de lo que no era mercancía

El capital, dentro de su naturaleza expansiva, lleva consigo su búsqueda cada vez mayor de mercados en los cuales le sea posible realizar su plusvalor. Como la riqueza en el modo de producción capitalista toma la apariencia de “un enorme cúmulo de mercancías” como menciona Marx en el tomo I de El Capital (Marx, 2014, pág. 43), el proceso de reproducción del capital implica la constante renovación del proceso productivo y de circulación de las mercancías. Para que el proceso de acumulación se lleve a cabo, esas mercancías necesitan ser vendidas en el mercado para realizar su plusvalor. Es en este aspecto donde las formaciones económicas no capitalistas representan campos no explorados: el capital necesita que éstas consuman las mercancías por él producidas para así realizar y aumentar su plusvalor. En el capitalismo, todo se transforma en mercancía: el espacio y sus elementos, la fuerza de trabajo y los objetos producto del trabajo.

Como las relaciones capitalistas de producción son dominantes en la mayor parte del mundo, aquella sociedad que no consume las mercancías producidas bajo este sistema tendrá serias dificultades para sobrevivir. La calidad de los valores de uso que representan esas mercancías es irrelevante en absoluto para el capital y en ese sentido, su consumo también puede representar daños a la salud. Las mercancías producidas bajo el sistema de relaciones capitalistas inundan los mercados de las economías naturales, desplazan la producción local y su consumo se generaliza. Las posibilidades de que las mercancías capitalistas se introduzcan en diferentes mercados gracias al desarrollo de las vías de comunicación y a las comercializadoras a nivel nacional provocan que los productos locales se encuentren en seria desventaja a comparación de aquellos, afectando a los productores locales e imponiendo pautas de consumo ajenas.

La violencia en ese sentido se realiza por la imposición de estas pautas en el consumo humano que frecuentemente no corresponden a las necesidades sociales y humanas[4].

IV. Separar y especializar a cada sector de la economía por medio de la división del trabajo cada vez más sofisticada.

En las economías naturales, a una sola persona le es posible dedicarse a diversos empleos y así, es capaz de aprender diversos oficios o trabajos que puede emplear cuando trabaja su propiedad o la propiedad colectiva. En cambio, en las relaciones capitalistas, la especialización progresiva de la economía es fundamental. Una mayor división del trabajo entre los sectores y entre la misma fuerza de trabajo es necesaria para el capital, pues esta es la forma de división de trabajo más eficiente para la producción en masa.

Una especialización excesiva atenta contra las propias facultades humanas. Reduce las capacidades de los seres humanos para dedicarse a varios trabajos y a para aprender diferentes habilidades.

 

[1] Aunque en ocasiones, también pueda violentar las relaciones de producción capitalistas conquistadas por los propios trabajadores.

[2] Según Rosa Luxemburgo, en este tipo de economías las fuerzas productivas “están en poder de formaciones sociales que, o no se hallan inclinadas al comercio de mercancías, o no ofrecen los medios de producción más importantes para el capital, porque las formas de propiedad y toda la estructura social las excluyen de antemano” (Luxembugo, 1978, pág. 180). De este modo, quedan incluidas en la definición aquellas comunidades en las que la propiedad de los recursos naturales  no es privada y/o el comercio de mercancías no constituye la forma principal de intercambio. En este ensayo, no se busca la problematización del término “natural” para describir a este tipo de economías, simplemente se acepta como forma de conceptualización que se adecua a las intenciones del ensayo.

[3] En la actualidad, incluso los procesos de producción altamente mecanizados implican algún tipo de mantenimiento humano aunque sea en escala mínima. Sin embargo, el hecho de que ya existan desarrollos de robots que se reparan a sí mismos plantea un desafío teórico interesante que merece ser tratado con mayor profundidad debido a sus implicaciones sociales, económicas y políticas.  Veáse El robot que se ‘auto-repara’, El Mundo, 27/05/2015. Disponible en línea: http://www.elmundo.es/ciencia/2015/05/27/5564382bca4741a8698b457b.html

[4] Véase, por ejemplo: Coca-Cola invade comunidades indígenas de Chiapas, El Financiero, 25/09/2014. Disponible en línea: http://www.elfinanciero.com.mx/sociedad/coca-cola-invade-comunidades-indigenas-de-chiapas