Separar lo inseparable

Autor: Samuel Rosado Zaidi

En el discurso convencional de las ciencias sociales existe una tendencia a separar “lo político” de “lo científico”, separar lo “objetivo” de lo “subjetivo”, lo estadístico y “demostrable” de los saberes. Pareciera que separan estos del mismo modo y con la misma facilidad que decantan el aceite del agua. No obstante, aunque en la apariencia y de forma analítica uno pueda abstraer ciertas características y elementos de algo concreto y complejo, no se puede utilizar la abstracción como justificación de la existencia de un elemento simple y sin relación o complejidad. En la conciencia uno puede abstraer los elementos de su unidad sintética, eso no implica que esto lo pueden hacer en la realidad. Ni siquiera el aceite de cocina es completamente decantable del agua, por más que uno perciba su supuesta separación visual.

Hegel llamaba a los conceptos “universales” que provienen de esta lógica formalista, “universales abstractos”: existen sólo dentro de su campo, sólo dentro de su razonamiento, justificación, supuestos. En ocasiones, esta lógica no es una deficiencia invountaria de la disciplina en cuestión, sino más bien el producto de una ética deliberada de separar analítica, teórica y discursivamente lo que estorba su intencionalidad política. Por ejemplo, cuando los economistas neoclásicos en México pretenden separar “el progreso” económico medido en términos de valor— de la violencia, el despojo o la crisis humanitaria; pareciera ridículo reveindicar el crecimiento diminuto (¡pero sostenido! —señalan proféticamente) cuando hay cientos de miles de muertos, decenas de reporteros asesinados, miles de mujeres que por ser mujeres son violentadas, entre muchos otros problemas sociales.i Sin embargo, para ellos esto no es en ningún modo económico, es una crisis social o una de “derechos humanos”, mas no una crsis económica.

Resulta contradictorio que la economía al ser social en sí misma, una crisis social sea un fenómeno independiente y sin relación con el modo de producción, cuando tanto una crisis social impacta en la economía, así como el modo de producción impacta en lo social. La reproducción social, el modo en el que el ser humano organiza y lleva a cabo el metabolismo con la naturaleza es una determinación social y, por tanto, sus resultados son sociales. Pretender que existe una frontera entre los fenómenos sociales en abstracto y lo económico, como contemplan los profetas neoclásicos, es una reducción absurda pero deliberada de justificar el modo con el que se produce en el capitalismo; en su mundo sólo existen desviaciones del «ideal» y recetas para alcanzarlo. Su devenir es una entelequia que actúa por su propia necesidad, externa a la voluntad de las comunidades y por tanto, el progreso no es una imposición es una necesidad, es la tendencia para sacarnos a todos del atraso y un enterno «revelar».

Esta supuesta indeterminabilidad social del capital, este modo de «analizar» el acontecer económico es una actitud anticientífica. En ninguna otra disciplina se toman las hipótesis y teorías como inalterables, o el objeto y sujeto de estudio con cualidades inmutables (aun cuando éstas fuesen atribuídas por sus estudiosos, como es el caso del egoísmo como apetito motor de la naturaleza humana). Las relaciones capitalistas mercantiles se mantienen per secula seculorum. Es decir, incluso en sociedades donde no existían relaciones mercantiles o en las relaciones económicas previas al capitalismo son explicadas con la lógica mercantil, con relaciones de incentivos, egoísmo, monetarias e intercambio de equivalentes. No obstante, las relaciones sociales son complejas y están en constante cambio, pretender explicar con incentivos y aumentos a la «productividad factorial» el «bienestar» de la sociedad es no permitir el cuestionamiento siquiera de que lo social y lo político están relacionados con la economía en la definición misma sobre lo que es bueno, un bien o el bienestar colectivo. Señalar de este modo el comportamiento económico y la naturaleza humana es un discurso dogmático y religioso. En realidad, el concepto de «bienestar» y cómo alcanzarlo en la praxis está abierto a su constante relegalización y redeterminación, así como también lo está el modo para producir las condiciones y, por consiguiente, el resultado de una relación metabólica que lo garantice. Este determinismo es precisamente del que acusan erróneamente al marxismo, cuando es la misma teoría neoclásica la que incurre en el determinismo ético y pseudo-científico para compensar el deterioro de su teoría y la frustración de sus profetas.

Desde Kant, se comienza a vislumbrar que incluso la división entre sujeto y objeto es absurda. No obstante, desde el punto de vista ideal, esta división se entiende por la capacidad para que el pensamiento siga reglas o se permita llevar por su propia «subjetividad». No obstante, visto desde el punto de vista romántico y materialista, el sujeto es naturaleza, es corpóreo y su voluntad depende de su relación con su entorno. El objeto, tanto en la forma que le atribuímos a los fenómenos por nuestra interpretación de ellos, como el objeto que construímos con el trabajo (como por ejemplo una mesa, una computadora, etc.) son subjetivos, es decir son producto del sujeto, de su quéhacer. De este modo el sujeto realmente puede conocer y aprehender el conjunto de reglas y reproducirlas nuevamente: entender que el árbol nace de la semilla, el humano del vientre, la mesa del trabajo y la razón del reflejo constante del sujeto en el objeto y el objeto en el sujeto. Esta separación ocurre sólo en el pensamiento y se trata de una falacia de las ciencias positivistas para alcanzar Universales abstractos y ajenos al conjunto de relaciones que vierten y producen sentido en la realidad. Así, ciencias «puras» como la física, ven necesario explicar el principio del universo y justificarlo «objetivamente»; el big bang es tan sólo otra forma de recurrir al concepto de Dios en las ciencias.

La separación de lo inseparable no sólo es un recurso de las ciencias pero también uno que predomina en otros discursos que apelan al pathos. Por ejemplo, en el contexto del fervor religioso por el espectáculo deportivo, el mundial de fútbol, es posible analizar esta separación, esta abstracción unidimensional. Un pártido entre países se presenta como una lucha entre orgullos nacionales, una ilusión chovinista, un reflejo del «progreso» del país, una expresión del mérito y el alcance de la técnica de los jugadores y el equipo, la diversión, el festejo en el Ángel en la Ciudad de México. No hay, sin embargo, un análisis de lo que representa en términos de desgaste y consumo energético la construcción y mantenimiento de estadios, la electricidad consumida por los hoteles, aviones, televisores prendidos, luces del estadio, cámaras grabando y transmisión del partido. Los economistas verían lo mucho que levanta la economía de los países sede y observarían con satisfacción orgástica los juegos, ni Reich se hubiese imaginado tal satisfacción. Basta con decir que en el mundial de 2014, estimaciones conservadoras señalan que el mundial consumió por sí sólo lo equivalente a 7.29 millones de barriles de petróleo en un mes, es decir, lo equivalente del consumo energético de 364,500 hogares en Estados Unidos durante un año.1,2

Ante el nuevo panorama electoral, en el que el partido de oposición ganó las dos cámaras y la presidencia de la república, reaparece con más fuerza un discurso que oculta y ofusca. Por un lado, un discurso que mistifica lo político y lo económico como algo sólo asequible, interpretable y descifrable sólo por ciertos profetas; todo acto diferente es cuestionado y sometido a esta lógica, a la producción de relaciones mercantiles y de una forma de cooperación enajenada y subsumida al capital. Por el otro, un discurso que defiende lo económico y lo político como un ámbito electoral en el que las mayorías ahora ya vieron su «voluntad» colectiva reflejada en un proyecto de nación que promete un cambio en el patrón de acumulación de capital, mas no un cambio radical de la reproducción social en México. Estos discursos separan la diversidad de un país predominantemente diverso: sus múltiples pueblos indígenas, sus múltiples ecosistemas, sus dos millones de kilómetros cuadrados, entre otras. No es posible separar de la historia política y económica del país de la guerra de baja intensidad contra los pueblos originarios, la devastación ambiental del territorio, la guerra contra el narcotráfico, las miles de mujeres desaparecidas y asesinadas, entre cientos de conflictos sociales y medioambientales que han caracterizado a México desde su fundación. Algunos «expertos» pretenden separar el crecimiento económico y la política de Estado de los conflictos sociales o separar la violencia y la crisis social de lo «meramente» económico. Para ellos, esta separación analítica es una representación fiel de la realidad.

Esta separación, sin embargo, no se materializa en la práctica; el resultado de la elección no ocurrió en el eter abstracto de los economistas neoclásicos, quienes miran el mundo en un conjunto de relaciones deterministas de «racionalidad» económica. Su concepto de libertad se entremezcla con el de democracia moderna y surge una contradicción que no puede solventarse ni en las democracias liberales más actuales: la voluntad del capital y la voluntad general no son la misma. Para garantizar la libertad que aclaman los economistas neoclásicos, la libertad de las inversiones, la libertad de empresa, la libertad del capital es necesario someter el conjunto de leyes y normas que rigen al Estado como articulador del territorio y las relaciones sociales. Esta articulación ocurre no para la voluntad de «las mayorías» sino para el capital. Es notable cuando ciertos profetas neoclásicos critican incluso los mismos mecanismos por los que pregonan; aunque la elección de 2018 en México haya sido «democrática», en el sentido moderno y liberal, señalan que no existen «contrapesos» porque las «mayorías» votaron y le concedieron al partido de oposición la mayoría en ambas cámaras. No obstante, cuando en el sexenio anterior se criticó la ausencia de contrapesos reales en el congreso por el «Pacto por México» y del despojo continuo del territorio a favor de megaproyectos, estos mismos profetas descalificaron las críticas señalando que «para eso estaba el poder judicial» y que todo proceso de despojo y aprobación de leyes se había llevado a cabo con «legalidad». Resulta contradictorio ahora que las elecciones se llevaron a cabo con «legalidad» y «democráticamente», señalen que estamos bajo la amenaza de una tiranía y una dictadura.

Es preciso aclarar que la democracia como modo de gestión y administración del conjunto del territorio y las relaciones sociales es una forma excluyente e impositiva. La democracia es fetichizada como un modo en el que el 50 más uno tienen el derecho sobre los otros de gestionar y administrar el territorio a costa de la voluntad y diversidad de múltiples comunidades. Sin embargo, rara vez se representa la voluntad de estas «mayorías», como mencionado anteriormente, el capital hace de su fin el fin universal y de su voluntad la voluntad universal. El discurso de libertad utilizado por los economistas neoclásicos en el que predominan las «libertades» de empresa sobre la libertad de los pueblos y la determinación de sus costumbres y territorio es un acto que Hegel llamó el terror. La libertad absoluta requiere la negación de los obstáculos que la detengan, debe cancelar sus diferencias y obstáculos, es decir, es un acto de negar la existencia del otro. Es interesante que este acto de terror, de imposición de «libertades» como las carreteras, las minas, los pozos de petróleo, la deforestación de los bosques, la contaminación del agua superficial y subterránea y su privatización justificado bajo la lógica de la «eficiencia» y la colusión de las mineras con el narco sea menos «terrorífico» que el hecho que un candidato de centro que promete cambios sobre los contratos y la redistribución del ingreso haya ganado las elecciones. Por tanto, hay que precisar que la lógica de los profetas no logra separar su voluntad y su imaginario del de la voluntad del capital y de los privilegios que ha gozado por la desregulación en México.

Asimismo, en el discurso existe una separación analítica falaz de lo empírico y práctico de las categorías taxonómicas. Por ejemplo, cuando los «expertos» señalan a los gobiernos de «izquierda» como opresores, rapaces y violentos. Es necesario aclarar que una categoría discursiva no representa los ideales políticos ni el actuar de la izquierda. Como precisa Bolívar Echeverría, la izquierda es una constructora de sentido en un océano de sinsentido no una destructora de aquello y su diversidad, como lo es Daniel Ortega. Los gobiernos categorizados taxonómicamente como de izquierda tienen más similitudes con gobiernos fascistas que gobiernos blandos de izquierda como fue el de Pepe Mujica en Uruguay. Basta con recordar los miles de asesinados durante la dictadura de Pinochet, promovida por Milton Friedman, un economista de corte profético, o los miles de desaparecidos en Argentina durante la dictadura militar que dio pie a la lucha de las Madres, o la dictadura de Somoza en Nicaragua, una dictadura militar a la que el gobierno de Ortega se parece cada vez más. Incluso el Frente Sandinista, la izquierda a la que se refieren los profetas, se ha deslindado de Ortega y han señalado que el orteguismo y Somoza son lo mismo de hecho, hace más de 10 años que se deslindaron de él. Además, falta señalar al Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, el partido Nazi de Alemania, que se autoadjuticaron el nombre de socialistas y que nadie reveindica como la izquierda.

Cuando los «expertos» auguran el inicio de la «izquierda inquisitoria» por el triunfo del partido de oposición en ambas cámaras y en la presidencia, comparando a López Obrador con la Unión Soviética, Daniel Ortega y Maduro, olvidan mencionar todas las otras ocasiones en las que el gobierno reprimió, desapareció y asesinó a activistas, luchadores sociales y defensores de la tierra y todas las veces que este lo hizo para beneficiar el interés particular. Los profetas y «expertos» separan esto de las atrocidades cometidas por el Estado para garantizar la libertad de inversión: de Atenco recuerdan los millones de pesos que perderían los empresarios si se cancela el proyecto, pero no a las decenas de mujeres violadas por la policía y el ejército para iniciar el proyecto; de las mineras recuerdan con lujuria los minerales extraidos pero no a las cientas de vidas desintegradas por la devastación de su territorio y su salud; de Ayotzinapa recuerdan a los vándalos pero no a los 43 estudiantes, compañeros, alumnos y futuros profesores desaparecidos, a los 43 padres y madres que han tenido que dedicar su vida a buscar justicia y sus muchos seres queridos que los buscan y extrañan; de 1968 recuerdan las olimpiadas y no a los cientos de alumnos masacrados por el ejército.

Sin duda los funcionarios electos no están ausentes de crítica y contradicción, tampoco lo está la misma democracia liberal. El nuevo gobierno no es uno de izquierda, ni mucho menos uno que prometa un cambio radical. Dicha confusión no debe engañar a los electores, quienes ven reflejada y cristalizada su participación política en las urnas. Sin embargo, la participación política no acaba en el depósito del voto en las urnas, sino que es una constante organización y reorganización de los procesos que luchan por sus tierras y la vida. El contexto actual no garantiza una situación mejor a la anterior, pero sí permite un momento de gestionar, reagrupar, organizar y movilizar las luchas para hacer valer la exigencia.

Es irresponsable esperar el cambio de la reproducción social a través del Estado y es todavía más irresponsable no separar la voluntad de las «mayorías» del proyecto político del partido electo. No aprovechar la oportunidad para colectivizar procesos y luchas, es desperdiciar la ventana de oportunidad que se abre. Es necesario recuperar los ámbitos de libertdad que han sido despojados, comenzando por la politización del «bienestar» colectivo, la voluntad de los pueblos y organizaciones sociales, la determinabilidad del capital y el sometimiendo de éste a la voluntad del colectivo. Pensar que el gobierno electo representa la desaparición del capitalismo es un engaño, pero creer que no abre ninguna posibilidad también lo es.

Las posibilidades se construyen colectivamente, sino sólo son sueños, utopía, pero nunca debemos separar la esperanza de la utopía y los sueños de la realidad que buscamos construir.

1https://oilprice.com/Energy/Energy-General/How-Much-Energy-Will-the-2014-World-Cup-Consume.html

2https://oilprice.com/Energy/Crude-Oil/How-Much-Crude-Oil-Do-You-Consume-On-A-Daily-Basis.html

iVer el artículo de los pedos en Koinonia Politike