La postura de la “despolitización”

Autor: Samuel Rosado

En las ciencias que se postulan a sí mismas como serias, exactas y objetivas existe un discurso que aboga por la pureza de su sentido, de su finalidad. Pareciera que ahora éstas deben dedicarse a procurar lo que es suyo y alcanzar a aprehender el sentido de lo real y la explicación de su génesis; su devenir hacia la antaraxia es idéntica a la del “progreso” y “desarrollo” de la humanidad. Por lo tanto, su cometido no debiera ser político sino científico, puro.

El discurso de la despolitización subsume el concepto de lo político, lo despoja de su sentido original y amplio y le confiere el de una práctica sucia cosificada en su forma de estado y personificada por los “ciudadanos”. El actuar político se convirtió en una acitividad aparentemente privada de una cúpula o de una facción de éstos, nada tenía que ver con la polis o con las potencias de la vida genérica del ser humano. La aspiración de las ciencias positivas hacia un ideal de pureza que fuese tanto “neutral” como imparcial a estas facciones se tranformó en lo opuesto, en una aceptación ciega de su finalidad en donde todo cuestionamiento de aquella se convertía en un dilema político o filosófico que denigraba la sustancia de su quéhacer científico.

“Eso es normativo” gritan los economistas neoclásicos; “No sirve pensar tal, tenemos mejores cosas que hacer” dicen los médicos; “No nos compete, nosotros resolvemos problemas” presumen los ingenieros; “Maldito chairo” señalan algunos que se autosatisfacen con la supuesta autoridad lingüística del COLMEX. No obstante, toda postura ante la vida genérica, hacia la obra de la humanidad en su conjunto es una postura política, incluso aquella que pretende “despolitizarse”. La vida individual, privada, la actividad supuestamente privada de las ciencias, es producto de la vida genérica, del desarrollo de las fuerzas productivas.

Toda producción científica sea teórica, práctica, poiética son el resultado de las fuerzas productivas, son producto de la actividad humana y, aunque sean producidas en la privacidad de una oficina, laboratorio, universidad o industria tienen una intención mediata o inmediata de afectar la vida genérica. Asimismo, éstas son afectadas por las potencias de la vida genérica que se actualizan en el quéhacer científico y humano en general. Por ejemplo, no se podría publicar absolutamente nada si no existiera un lenguaje en que comunicarlo, no se podría idear algo tan concreto como las partículas subatómicas sin antes haber pasado por siglos de concreción de la forma del átomo. No exisitiría ningún invento nuevo si no se sentara sobre las bases de lo ya existente que lo puede producir e interpretar, trabajar y disfrutar. No puede una disciplina, entonces, abogar por el progreso de la humanidad o explicar la génesis del todo y al mismo tiempo nombrarse no política; es equivalente a decir que uno como ser humano individual puede vivir por sí solo sin nadie más. Cada pequeño Robinson Crusoe que se cree amo de su propia vida, que se asume como pequeño propietario de sus potencias y facultades, olvida que ya fueron creadas y producidas de antemano, que éste sólo las reproduce para él y para los demás y que entre todos reproducimos lo que hemos producido para todos.

¿Por qué entonces la insistencia en despolitizarse?

La palabra del español que más se asemeja a la palabra griega polis es pueblo. No es una simple ubicación geográfica, o un punto en el mapa que se puede identificar embarrando el dedo sobre él. Es también un conjunto social de personas que se relacionan entre sí, que ejercen una actividad práctica. No obstante, tampoco puede entenderse a este conjunto como una población con características medibles, supuestamente objetivas. La tasa de mortalidad y la de la población económicamente activa no dicen cómo se relaciona la población consigo misma y con ese espacio en el que habita. El pueblo es una relación profunda y en abstracto es el movimiento de la relación del sujeto y el objeto, de la realidad inmediata. El ser humano no puede vivir en un espacio vacío y el espacio como hábtitat no puede exisitr sin aquél que lo habita; la relación es de mutua determinación. Por tanto, el pueblo, la polis, es una relación de la gente consigo misma y con el territorio que habita.

Los detractores de lo político olvidan que la objetividad es también subjetiva, es decir, no es un evento estático determinado, eterno. Es, al contrario, un movimiento activo, es constantemente determinado por el sujeto y éste determinado por el objeto. Tampoco es una sustancia material absolutamente externa al ser humano, ausente de finalidad, es también actividad humana. El pueblo no es sólo un conjunto de personas ni sólo el territorio, es la unidad, es lo mismo, pero también es el habitante y el hábitat, la polis y el político. Antes de pretender explicar el egoísmo individual como motor del desarrollo colectivo hay que explicar el colectivo y su sentido, el desarrollo y hacia donde y para quién va; que incluso el impulso de algunas ciencias de explicar el porqué de la existencia en su forma más “pura” tiene una finalidad y la objetivadad por la que tanto aboga es resultado del trabajo plasmado en el producto, objetivado en la obra.

No obstante, ninguna ciencia revela tanto sobre el discurso de la despolitización como la economía en su insistencia de remover las “impurezas” políticas para lograr lo más “objetivamente” posible su devenir hacia la antaraxia. Esta ciencia pasó de concebirse como filosofía moral en los tiempos de Hegel y nombrarse como Economía Política en los de Adam Smith y Marx a nombrarse simplemente como Economía. Sin embargo, la simplicidad de su forma no elimina la complejidad de lo que intenta explicar y tampoco desaparece su intención como fuerza productiva, como teoría. Esto es una obviedad en otras ciencias; el átomo como elemento simple de la materia no deja de formar parte de la complejidad de la misma y tampoco dejó de importar cuando se teorizó sobre las partículas subatómicas. En la economía, la justificación de su “despolitización” es un absurdo que pretende violentar el contenido de lo que intenta explicar: el producto del trabajo y la forma de disfrute del mismo. Para los economistas neoclásicos el capital había dado al pueblo “la libertad” política, todo aquello que predicara de ahí era una tarea imposible e innecesaria, ahora dicha ciencia se encarga de explicar la “asignación eficiente de recursos escasos”.

Resulta ridículo que todo cuestionamiento del capitalismo se reduce a la distribución y al comercio, porque este último es concebido como una consecuencia lógica de la naturaleza humana. La producción misma no puede ser criticada. Una industria que arroja desechos como para matar a una población urbana entera es una “externalidad”; el salario, en general, sea alto, bajo, suficiente, más que suficiente es siempre justo, nunca es una forma de subordinar la condición del ser humano; el capital es un todo, todo resulta ser capital: capital humano, social, cultural, ambiental, etc.

La economía parece querer explicar todo como capital en su manifestación positiva como si se tratara de una deidad. El mercado tiene apetitos, deseos, actúa por sí solo, tiene fuerzas, energías que resultan independientes de los seres humanos y sus relaciones, éstos pequeños Robinson Crusoe están a la merced de la voluntad general del mercado, lo único que pueden hacer como “agentes racionales” y “libres” es reaccionar al movimiento de los precios. Los economistas pretenden explicar los precios sin nunca explicar el valor, como si éstos hubiesen aparecido como las flores en los arapos de Juan Diego por obra de la Virgen Mercado.

Si todo objeto de la actividad humana es capital y el capital es la cúspide del trabajo enajenado, es decir, la propiedad privada, este objeto parece no estar “contaminado” con ninguna cualidad social y natural; todo es capital, aquí y en China. El capital se ha abstraído de su determinabilidad social como objeto. Al contrario, el contenido del trabajo y el disfrute están determinados por el capital; los deseos, posibilidades, aspiraciones, lo que se produce ha sido subsumido a un sentido que pareciera no poder alterarse. Aquí radica la intención principal de la “despolitización” de la teoría neoclásica, en resaltar esa indeterminabilidad y ocultar su objetividad como producto del trabajo humano.

Con otras ciencias esta intención de supuestamente “despolitizarse” no es tan clara como en la economía. No obstante, su quéhacer, su trabajo objetivado también corre la misma suerte que el trabajo en general corre ante el capital. No sólo es político abogar por el progreso de la humanidad sino también la dirección y el sentido de dicho progreso. ¿no son las decisiones sobre los planes de estudio en las universidades un proyecto político? Éstas orientan el sentido epistemológico de la actividad académica de las ciencias hacia una finalidad específica, ¿no son los espacios materiales destinados, confinados y determinados para el quéhacer científico también actos políticos?

No existe ningún “desarrollo” que sea neutral. Por tanto, no existe ninguna producción científica que lo sea. No es lo mismo producir y crear para toda la humanidad en su conjunto que para un capital individual en la forma de propiedad privada. No es igual producir para el uso convivencial de todos que producir bajo la forma de un contrato como la patente. Alterar un elemento de la materia o del conocimiento no le confiere a nadie la propiedad absoluta sobre el elemento o el conjunto. Al contrario, permite su reapropiación para el uso humano, la re-legalización de su utilidad como valor de uso pero jamás el derecho a determinar quién lo produce y quién lo disfruta. Por ejemplo, patentar un organismo entero únicamente por modificar una secuencia genética de éste y decir que le pertenece a un capital es equivalente a decir que a alguien le pertenece el lenguaje por acuñar un concepto de manera arbitraria. El sentido del lenguaje es determinado por el conjunto y uso del mismo y, a su vez, el lenguaje confiere el sentido de la comunicación.

La supuesta neutralidad de las ciencias es una postura política que no permite cuestionar el sentido de la actividad científica. No existe neutralidad alguna en el diseño y aplicación de los drenajes que secaron el antiguo lago de Texcoco; aunque su obra es producto del trabajo humano y de la ciencia e ingeniería en particular, su finalidad fue la subordinación del espacio a las necesidades de expansión del comercio y del capitalismo. Interpretar lo anterior como “progreso” es una entimema, un silogismo que oculta la particularidad de ese progreso; de hecho, explicar el desarrollo de las fuerzas productivas por sí mismas no revela finalidad alguna, sólo enuncia los cambios técnicos. Decir que antes no había aviones y ahora sí los hay o que ahora llegan los “berries” al supermercado de la esquina cuando antes no, no explica su fundamento, su finalidad. “Sin el mercado, oh gran mercado, no tendrías nada de eso” predican los pastores del mercado. La destrucción del metabolismo hídrico y el etnocidio provocado al eliminar el lago para construir los caminos, los almacenes y los espacios industriales y comerciales no son contemplados más que como sucesos históricos en una narrativa evolucionista.

No es casualidad que los recién egresados deseen trabajar en la gran industria cautivados por el “desarrollo” y el “progreso”; que aspiren a reducir los subproductos de la industria y los costos de la misma. Existe un argumento común entre las ciencias que ellos son sólo productores del conocimiento y la tecnología pero son quienes la usan los que realmente son culpables. Sin embargo, la finalidad del producto de la ciencia no sólo es de quién lo usa, ni cómo se utiliza. La objetivación de un producto tiene de suyo una intención previa a la producción. Las armas químicas, la bomba atómica, las armas en general difícilmente pueden ser usadas para otra finalidad. Aunque la energía atómica pueda ser usada de distintas formas, la bomba tiene una finalidad como objeto destructivo que está contenida en su composición material.

Las fuerzas productivas pueden transformarse en su contrario, en una fuerza destructiva de mayor o menor intesidad y escala. La industria a la que tantos desean entregar su fuerza de trabajo no sólo produce riqueza en la forma de mercancías produce, a su vez, miseria, produce seres humanos como trabajadores enajenados, desechos que contaminan y enferman. Ignorar eso sopretexto de no ser científico o “despolitizarse” es una postura política, es un modo de enfrentar lo que afecta al pueblo y quedarse callado.

La economía convencional concibe esto de una forma absurda, incapaz de rebasar la naturalidad como única explicación de la destrucción ocasionada por el ser humano. Incluso debe conceptualizar el cambio técnico en el capitalismo como una “destrucción creativa”, porque toda creación nueva tiene que depredar a la anterior en el mercado. Todavía más indignante es cuando los economistas vulgares sólo ven la “derrama económica” y el crecimiento del valor del producto cuando, por ejemplo, llega una mina a una comunidad indígena y los despoja de sus tierras; la destrucción de su estilo de vida, de su comunidad, de su territorio, es decir, la derrama de sangre de las comunidades jamás es siquiera mencionada.

Los ingenieros que sólo resuelven problemas aislados, los químicos que elaboran las sustancias para disolver minerales y las personas o instituciones que ejecutan y coordinan las fuerzas productivas para llevar a cabo una actividad específica son actores políticos. Su actividad está orientada a un fin y el producto, sea una mercancía o un arma para destruir, tiene una intención de afectar la vida genérica. Cualquier relación entre sujetos y con la naturaleza que es alterada por su actividad es, por tanto, un acto político.

La producción de las ciencias está subsumida al capital; su finalidad no es un “progreso neutral” del saber y el conocimiento. Si uno decide no asumir esto, está ignorando el contenido y sentido político de las ciencias. Si ya lo que hacemos es político, nuestro quéhacer ante la humanidad y su progreso, ¿por qué no asumirlo como tal?